Un poema, la ruta del 13 de enero: la manifestación de la belleza vallecaucana.
Rodeados del verde de los Farallones, iniciamos sendero a lo largo de la montaña. Sendero estrecho que nos obliga a ir en fila india, el clima nublado nos engaña haciéndonos creer que lloverá, y al mismo tiempo refresca el ascenso. Vamos haciendo pequeñas pausas para tomar aire y poder divisar el paisaje sutil que nos ofrece el día, el verde de las montañas contrasta con las cimas de los farallones cubiertas de neblina.
Ésta vez el grupo más homogéneo que en rutas anteriores, marchamos paso a paso, bajo el cielo gris. Cuando dicen montañas y sólo se piensa en el eje cafetero es porque no se ha descubierto la magnificencia de los Farallones de Cali, aquí en su máximo esplendor. Después de recorrer por una hora la montaña, llegamos a una planicie, iniciamos descenso para buscar el río quebrada que nos llevará a la chorrera.
Descendemos 15 minutos y aquí empieza la otra travesía que nos recuerda la letra de Joan Manuel Serrat “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. No hay sendero para seguir, subimos en contracorriente por el río, es más como riachuelo pero lleno de muchas rocas. Entre compañeros nos ayudamos unos a otros para sortear los obstáculos. Además de las piedras y la corriente, las ramas llenas de chuzos y espinas hacen de las suyas con algunos senderistas. Con el permiso de la madre naturaleza debemos abrirnos paso entre ramas secas. Después de aproximadamente 45 minutos en río, divisamos la cascada. Allí nos recibe la roca inmensa que se viste de agua vigorosa.
Compartimos alimentos, agradecemos y limpiamos nuestros cuerpos físicos y energéticos y nos despedimos llenos de regocijo de la madre naturaleza.
Senderistas: Santiago, Alejandro, Mauricio, Viviana, Rubén, André, Jhon Edinson, Jhon Jairo, Mario, Jenny, Alejandro, Eliana, Andrea, Gustavo, Laura, Jonathan, Lina, Jhon, Tatiana, Esteban, Johana, Andrés, Jonnier y Liliana.
